
Imagen con motivos del día 23 de abril en Cataluña: la rosa y el libro, como símbolos del amor y la virilidad respectivamente.
Antes de la secularización del calendario, el 23 de abril era la fiesta dedicada a San Jorge, mártir del siglo III o IV, a quien se recuerda especialmente por haber matado al dragón. Albert Christian Sellner plantea que de su vida se sabe poco; en 496 el Papa Gelasio prohibió la lectura de las actas apócrifas del mártir, por lo que, como ocurre con muchos otros santos medievales y pre-medievales, su biografía quedó circunscripta al terreno de los relatos devotos. Así, por ejemplo, algunas versiones cuentan que su martirio duró siete días y que expiró al octavo, mientras que otras más efectistas, aunque respetan las cifras, mencionan que no fueron días sino años1. San Jorge es patrón de varias regiones, Rusia, Aragón, Alemania, Francia, Bosnia, Cataluña e Inglaterra, por mencionar las más famosas; las dos últimas, empero, se relacionan estrechamente con la institución de la fecha en el calendario laico, pero ya volveremos a eso más adelante.
También dentro del catolicismo, el 23 de abril se rememora a otro santo mártir, harto menos famoso que San Jorge, pero igualmente enamorado de la Fe: San Adalberto de Praga. Su historia, menos conocida aunque más documentada que la de su compañero en el calendario, se remonta a la segunda mitad del siglo X. Wojtech Slavnik era su nombre de nacimiento, miembro de una noble estirpe checa que competía por el trono con la entonces casa reinante de los Premyzlidas. Era canónigo de la catedral de Praga y, tras la muerte del obispo Thiethmar, sufrió una conversión profunda y poderosa. A los 27 años fue elegido como obispo de Praga, cargo desde el que se dedicó a velar por el riguroso cumplimiento de la disciplina eclesiástica. Como cabe esperarse, esta muestra de rectitud le granjeó el odio de los poderosos de la época, especialmente de Boleslao II, duque de Bohemia y miembro de la familia rival. Los actos de animadversión de Boleslao llevaron a Adalberto a refugiarse en Roma, donde vivió monásticamente, pero en 992 regresó a ocupar su episcopado por dos años, cuando el intransigente duque asesinó a sus parientes y amigos. Ante esta situación, se le concedió a Adalberto marchar como misionero a tierras paganas, al territorio de los prussi (prusianos), que se extendía desde el este del río Vístula hasta el norte de Mazovia. El 23 de abril de 997, tras celebrar la Santa Misa en campo abierto, una banda de paganos atacó a los misioneros, Adalberto fue alanceado y decapitado. Cuando los cristianos lograron recuperar sus restos les dieron sepultura en la catedral donde fuese obispo en vida2.
Ya en el ámbito profano, el 23 de abril es una probable fecha para el nacimiento de William Shakespeare, según James Shapiro3, aunque es sobre todo conocida la datación por tratarse del día de su fallecimiento, en 1616. A propósito de este asunto, es común encontrarse por ahí que Cervantes y Shakespeare fallecieron el mismo día, no obstante esto es un bienintencionado error. A principios del siglo XVII en el Imperio Hispánico se utilizaba el calendario gregoriano, el mismo que se emplea en la actualidad, mientras que en los reinos de la Gran Bretaña se utilizaba el calendario juliano. Aunque se ha registrado el deceso del dramaturgo inglés el mismo día que el del Manco de Lepanto, según nuestra medición del tiempo actual, el primero murió en realidad el 3 de mayo de ese año. No obstante, la confusión que ofrece a primera vista la identidad de los datos movió a que se argumentara esta apariencia coincidencia en favor de la erección del 23 de abril como «Día del libro».
Según una simpática nota de la revista digital Comunicando, la propuesta para que el 23 de abril se convirtiese en el día del libro que hoy en día a muchos tiene sin cuidado, mientras que a otros tantos les sirve de pretexto para presumir lo lectores que son, fue aprobada por la UNESCO en 1995. Como he anotado arriba, algunos de los argumentos que se presentaron en favor de esta dictaminación fueron que en esa fecha se conjuntaban esas dos célebres muertes, así como el aniversario del nacimiento del crítico literario Vladimir Nabokov (1899) o el del fallecimiento del periodista Josep Pla (1981) y de Gómez Suárez de Figueroa (1616), mejor conocido como Garcilaso de la Vega el Inca. También, según la nota, se invocó la costumbre catalana de festejar el día de San Jorge como día de los enamorados; los varones regalan a sus damas una rosa y éstas, a ellos, un libro4.
La fecha, cálida y primaveral en el hemisferio norte, sin embargo, no es tan majestuosa como otras. La frivolización ha terminado por alcanzarla y ahora se suele ver como una oportunidad para hacerse el interesante y presumir los miles de volúmenes (sea cierto o no) que se han leído. Algunos prefieren compartir imágenes de libros con leyendas como «Feliz día del libro» o cosas afines, pero en esencia se olvida que también es una celebración que festeja a la normativa de los derechos de autor, una invención asaz pútrida que ha corroído el mundo del arte desde ha bastante. Piénsese, por ejemplo, que ahora se ha pretendido integrar una estética citacionista en todo aquello que es una expresión artística, matando la capacidad de jugar con las intertextualidades y tributar libremente, en el trabajo propio, aquello que nos ha resultado más genial del trabajo ajeno. La fecha es una institucionalización, como muchas otras, aunque afortunadamente nadie o casi nadie la toma en serio.
Referencias
- ↑ 1 SELLNER, Albert Christian, Calendario perpetuo de los santos, trad. Mercedes Figueras,
Barcelona, Edhasa, 1994, p. 150. - ↑ 2 ORLANDIS, José, Europa y sus raíces cristianas, Madrid, RIALP, 2004, pp. 115-116.
- ↑ 3 SHAPIRO, James, 1599. Un año en la vida de William Shakespeare, trad. María Condor, Madrid,
Siruela, 2007, p. 182. - ↑ 4 ORTEGA, Fernando R., dir., «El día internacional del libro», en Comunicando, 17, 2007,
Íttakus, Jaén, revista electrónica.
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