Sobre la heroicidad de Hitler. 5. Comentarios finales

Imágenes del documental In Love With Hitler.
Al final debo confesar que no sé si el objetivo principal de este artículo se ha cumplido, aunque he de decir que me holgaría mucho de saber que sí. A lo largo de los puntos anteriores he logrado enfatizar lo que consideré de mayor relevancia al tratar el asunto de la heroicidad de Adolf Hitler, personaje cuya figura todavía se encuentra inmersa en una gruesa niebla de controversia, polémica y prejuicio. Innegablemente tuvo un éxito administrativo que a la fecha, se quiera o no, es modelo para las ricas naciones que si rechazan por una parte las guerras y los genocidios, por otra los subvencionan y emplean para lograr fines que beneficien a sus gobiernos y pobladores; Estados Unidos, a mi parecer, es el ejemplo más reluciente e inmediato, aunque no es el único. La configuración actual de Europa, con sus enormes ventajas en los campos social y económico, sus tremendas fallas en el aspecto de la diversidad cultural y su característico etnocentrismo es, en buena medida, resultado de las transformaciones que iniciaron desde la reestructuración del Tercer Reich. No es necesaria más prueba que echar una mirada al comportamiento del europeo promedio actual, tan tremendamente medieval, xenófobo y aunque no lo quiera reconocer, latentemente hitleriano; desde mi perspectiva esto no es negativo, sin embargo el discurso de hoy obliga a rechazar y avergonzarse de estas características. La invasiva y cada vez más manipuladora propaganda americana y la exacerbada sensibilidad hebraica conservadora no están diseñadas para profesar la tolerancia que propugnan y con la que adoctrinan a los demás pueblos, en esto también hay un trasfondo hitleriano que, al menos en apariencia, nadie quiere señalar, quizá porque es demasiado obvio o porque se vive una época donde la libertad es una ilusión forjada a base de muertes incontables, reescrituras ominosas y una buena dosis de desmemoria.
     Como resultado del adoctrinamiento contemporáneo es común atacar a Hitler, cuando se busca argumentar en vez de recurrir al desprecio dogmático e irreflexivo, por su promoción del pangermanismo y racismo, especialmente se acentúa el antisemitismo como argumento para negarle la tan merecida heroicidad. Parece oportuno recuperar lo que se ha dicho en puntos anteriores sobre el carácter restringido del héroe a un grupo humano determinado y su estrecha ligación con los valores nacionales y con la sociedad que lo ha adoptado o de la cual ha emergido. Traigo todo esto a colación por el hecho de que la noción de una raza que supera las divisiones nacionales delimitadas tiempo atrás es apenas una reconfiguración de fronteras, pero sigue operando con los mecanismos de centro y periferia que imperan en la estructuración territorial de las naciones. En cuanto al pangermanismo, ha de recordarse que era ya una doctrina impulsada por los partidos políticos de extrema derecha cuando Hitler había nacido, no fue él el principal promotor ni el más acérrimo defensor de la misma, sin embargo, su adopción en el plano discursivo le llevó a establecer anexiones afortunadas como la de Austria, donde la doctrina era todavía vigorosa y concebida positivamente. El racismo, por otra parte, y no solamente el antisemitismo, es una lógica consecuencia en la reconfiguración de fronteras basada en el ideal genético, en este sentido las divisiones dejan de ser políticas meramente para trasladarse a una supuesta dimensión biológica, pero no renuncian nunca a los mecanismos y las dinámicas que diferencian a los que se encuentran dentro de la sociedad y los que vienen de fuera. Si bien estos elementos poco aportan para la concepción de Hitler como héroe, sí están relacionados de manera estrecha con su concepción contraria y es necesario comprenderlos en su justa dimensión.
     Por otra parte, si Hitler no se considera héroe en la actualidad, hay que mirar ahí la necesidad común de limpiarse de responsabilidades y asumirse como víctima, señalando en la figura del héroe las culpabilidades todas. Esto, que tiene mucho de la influencia cristiana gracias a la que las sociedades occidentales se han desarrollado, empata con una concepción de justicia que se relaciona más con la venganza y con la compensación de quienes se consideran agraviados, es decir, la expiación. Pero parece importante señalar que el hecho de que un gobernante sea carismáticno no obnubila el entendimiento de sus seguidores, éstos se acoplan con él por propia voluntad y cumplen los mandatos no solamente porque sean órdenes sino porque quieren cumplirlas. Hitler no se rodeó de autómatas sino de personas que concordaron con sus ideas y proyectos, en este sentido las exageradas críticas al genocidio y la guerra no son sino reducciones radicales que buscan, por una parte, ignorar la participación de los alemanes al llevar a la práctica los planteamientos de exterminio, conquista y esclavización de otros pueblos; por otra, pretenden encontrar un único chivo expiatorio que purgue las culpas colectivas. Si lo anterior parece refutable al aducir la celebración de los juicios de Núremberg, tendríamos que considerar que la lógica de expiación y venganza se mantiene, únicamente expandida hacia los colaboradores más cercanos del Führer y solo con motivo de la ausencia de éste para entonces. Semejante actuación se ha visto replicada en nuestros días en diversas ocasiones, piénsese por citar dos ejemplos notorios en la implacable búsqueda que se desató para capturar y asesinar a Ben Laden o la guerra cuyo único objetivo era «llevar ante la justicia» (que en realidad era sentenciar a muerte) a Saddam Husayn. A resumidas cuentas, el montaje de un supuesto juicio en que se demuestre la legitimidad del exterminio del enemigo del vencedor es parte de la historia universal, y ha sido uno de los procedimientos más socorridos para lustrar el prestigio de Estados Unidos.
     Tiene sentido, entonces, que a la luz de la revisión contemporánea suscitada por los vencedores, a la sazón acérrimos enemigos del nazismo, no quepa el cuestionamiento ni la problematización alrededor de la figura de Hitler. Él deja de representar al héroe arquetípico no porque la concepción multitudinaria lo rechace sino porque, de asumirlo como tal, se corre el riesgo de volver a poner en práctica su doctrina, de asimilarla de nuevo como manifiesta y genuina vía para la instauración de un orden puro y perfecto. La misma lógica han seguido anarquistas, comunistas, fanáticos religiosos y fanáticos ateos en diferentes puntos del globo y en distintos momentos del devenir histórico, sin embargo es con Hitler, heredero del más rancio eurocentrismo, donde deben expiarse todas estas rebeliones contra la desazón que ha producido la carencia de héroes en los tiempos que se viven. Piénsese que durante la Segunda Guerra Mundial las propagandas americanas, una vez que Estados Unidos comenzó su participación formal, se basaron en la creación de figuras heroico-fantásticas que pudieran contrarrestar la fuerte personalidad que dimanaba del Führer. El Capitán América tenía que abofetear a Hitler en el papel porque no existía en ese momento líder alguno que pudiera hacerle frente a su parafernalia heroica, era necesario asimismo ridiculizarlo en caricaturas como Der Feuhrer’s Face con el pato Donald porque el Hitler real no hacía el ridículo. A pesar de ser el enemigo a vencer y de lo terrible que quisiera verse su doctrina, Hitler era un héroe viviente más grande incluso que aquellos que él mismo admiraba en las viejas gestas germanas. En México grandes sectores de la juventud ilustrada veneraban a José Vasconcelos, intelectual de derecha y declarado germanófilo y hitlerista, mientras que la población en general se identificaba con el candidato de oposición de la contienda electoral de 1939, el General Juan Andreu Almazán, simpatizante de las ideas fascistas; muchos mexicanos hubieran preferido apoyar a Hitler en la guerra porque se oponía, por supuesto, a un enemigo harto peor, asaz racista y que se había caracterizado también por la sistemática esclavitud y desaparición de los pueblos, es decir, el gobierno imperialista de Estados Unidos, que intervino en las elecciones mexicanas para imponer a Manuel Ávila Camacho, el candidato más adecuado para velar por los intereses yanquis. La Historia que se ha contado, es claro, no se preocupa por definiciones operativas y mucho menos por minucias como las cuestiones morales y los conflictos humanos, apunta adonde los hombres quieren que apunte si tienen el dinero o las armas para lograrlo. Sin duda para muchos mexicanos de mediados del siglo XX, Hitler encarnaba también un héroe operativo desde lo ilustre, lo épico y lo moral, al oponerse a la maldad pura que era (y que sigue siendo a la fecha) el voraz demonio anglosajón.
     Luego de la inexorable derrota y de las muertes por millones, el nombre de Hitler quedó, por lo menos en apariencia, irremediablemente unido a la infamia y a cargar con la etiqueta de villano, de monstruo, de diablo y de todo lo execrable que pueda pensarse, sin embargo aún muchos de sus seguidores eran incapaces de admitir esta versión de su bienamado líder. En vida fue un héroe para muchos, no solamente para alemanes arios, también lo fue como hemos dicho para mexicanos trabajadores y anglófobos, para muchos franceses que se contentaron con la ocupación nazi en su país y otros muchos que han quedado borrados de la historia oficial para no dar contrapeso a la balanza ni despolarizar los bandos. Lo único que me resta por apuntar es que Hitler es un héroe genuino a quien la reescritura histórica le ha negado cualquier dejo de heroicidad.
Hitler en el campo con pastor alemán al lado.

1. Introducción➝
2. La definición operativa de héroe ➝
3. Liderato y carisma ➝
4. El auge y la ruina del Tercer Reich ➝

2 comentarios :

  1. Saludos, es interesante tu análisis, reinvindicar la heroicidad de un personaje como Hitler no le veo mucho sentido. Es un héroe ciertamente en un mundo tan injusto como el que vivimos, por lo que hiciste bien en quitar la característica de bueno del héroe y también debiste quitar la de justo. Personajes como Hitler otra joya como Stalin, o el ángel de la muerte Mengele o más cercanos como Pablo Escobar en Colombia, entre otros, fueron muy amados y venerados como héroes, pese a tanta maldad que esparcieron, porque los que los adoraron se vieron o se sintieron beneficiados de una u otra forma por ellos. Desafortunadamente, tendemos a no ver más allá de nuestras narices. Éxitos!

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  2. @Mery PérezGracias por tomarte el tiempo de leer el artículo y comentar. En realidad, más que una reivindicación, la intención original es plantear una problematización sobre lo que damos por sentado, como explico en la introducción. Por otra parte, en la definición operativa he tratado de recoger las características principales del concepto de héroe, precisamente porque al tratar sobre temas como el bien o la justicia nos encontramos con una seria problemática que desuniversaliza lo que, por lo general, creemos más universal. Ha sido un ejercicio, principalmente, para invitar a la autorreflexión y la crítica. Nuevamente: muchas gracias por tus palabras y por tu atención. También te deseo muchos éxitos y ojalá que sigas leyéndonos.

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