Minucias medievales

Recuerdo aún, no sé si con cariño o un dejo de aversión, las primeras clases de carrera y los contenidos que, por aquel entonces, emocionaban mi joven corazón. Especialmente, y hay que decirlo sin tapujos, recuerdo cuánto me solazaba el curso de literatura medieval. La verdad es que siempre fui uno de esos estudiantes raros que, en los cursos de literatura, se embelesaban con los textos antiguos, disfrutaban de las letras de marcado carácter religioso y, en general, no tenían por aciertos los ejemplos literarios más contemporáneos. Alguna vez, gorjeando curiosidades (para ser específicos mire aquí) hacía alusión a esta característica mía…
     Como parte de un proyecto semestral, en aquella clase que evoco, se tenía que hacer una presentación alrededor de un tema específico, designado por el maestro. A otros muchachos y a mí nos correspondieron las cruzadas. Recuerdo bien que en algún punto nos habían solicitado establecer algunas diferencias conceptuales; aunque por aquel entonces no teníamos muy claro lo que teníamos que hacer, pergeñamos algo lo mejor que pudimos. Ahora, a varios años de eso, me he topado con un interesante libro, Caballeros de Cristo de Alain Demurger, que en sus primeras páginas nos ofrece, precisamente, esa diferenciación conceptual que hace varios ayeres nos habría ayudado a hacer un mejor trabajo del que presentamos.
     Inspirado por una noticia que publiqué hace días (ver aquí), se me antojó conveniente transcribir los pasajes que aclaran dos parejas de conceptos relacionados muy estrechamente entre sí: cruzada y guerra santa, por una parte; orden militar y orden de caballería, por otra.
     Fijemos primero la atención en lo que diferencia a la cruzada de la guerra santa, conceptos que Demurger atinadamente reconoce como coincidentes en ocasiones pero distintos en el origen:
La guerra santa es la guerra justa por excelencia. Se trata de una obra meritoria y pía porque se aplica a los enemigos de la fe y de la Iglesia cristiana. El que muere en ella se gana los laureles del martirio. Las guerras de la Reconquista española, por ejemplo, se convirtieron en guerras santas a lo largo del siglo XI.1
     Desde esta sencilla definición parece quedar claro que la guerra santa no es sino un conflicto armado revestido de santidad por los propósitos que persigue. La noción que popularmente se tiene de las cruzadas no se encuentra tan distante de esta simplificación. Si esto es así, ¿puede hablarse genuinamente de una distinción entre ambas nomenclaturas? Demurger demuestra que sí y la razón es sencilla: si bien ambas son acciones meritorias y en las dos se encuentra presente la intención de defender a la Iglesia, la cruzada surge como consecuencia de la peregrinación, popular en el siglo XI, a Jerusalén, específicamente al Santo Sepulcro, lugar de oración y meditación. En este sentido, la cruzada es en esencia un peregrinaje, una búsqueda de redención, aunque su objetivo no se alcanza únicamente, y esto es importante, por medio de la meditación y el rezo, sino también por la liberación del santuario y de todos los lugares santos de la dominación islámica. La intención esencial era la de redimir los pecados al auxiliar a los cristianos de Oriente que padecían la embestida de las huestes mahometanas, a esto se sumó el deseo de recuperar reliquias, bienes y territorios que habían sido arrebatados por los invasores. En efecto, a la calidad penitencial del peregrinaje a Tierra Santa, la cruzada anexó la ideología bélica y las intenciones defensivas, lo que terminó, una vez recuperado el control cristiano de Jerusalén, en su transformación definitiva en guerra santa. Sin embargo, como cruzada ofrecía redención a los que, en la concepción cosmogónica medieval, escandalizaban a los fieles con sus malos actos y el ejercicio corrupto de su poder, los caballeros y hombres de armas; como guerra santa, los mantenía en su oficio de combatientes, de guerreros, pero los ponía al servicio de un único Señor, Cristo, que les exigía profesar la paz entre su prójimo y llevar la guerra a los ofensores de la fe:
Es la razón por la cual Dios, en estos días, ha propiciado batallas santas, en las cuales los caballeros andantes hallarían, en vez de matarse entre sí como hacían los antiguos paganos, nuevos medios para ganarse la salvación. Ya no se verían obligados a renunciar por completo al siglo, adoptando, como es costumbre, la vida monástica o cualquier otra profesión religiosa, sino que obtendrían hasta cierto punto la gracia divina a la vez que conservarían su estado habitual y cumplirían sus funciones en el mundo.2
     Esto conllevó a la sacralización de la caballería, que pasó de servir en el mundo a servir a lo divino. Aquí es cuando intervienen los otros dos conceptos fundamentales para comprender el marco de los fenómenos de transformación social que ocurrieron durante la Edad Media. Cuando se habla de caballeros o de caballería, en este contexto, se alude a la élite guerrera que había comenzado a ganar prestigio desde la caída del Imperio Romano; en sus inicios esto se relacionaba estrechamente con la posesión y el dominio de un caballo en batalla, pero poco a poco fue involucrando el carácter ilustre y las virtudes del guerrero, de suerte que pronto el caballero se diferenció del simple jinete por una serie de elementos que involucraron nobleza, una ética específica y una misión terrenal estrechamente ligada con el plan divino. Esto último correspondió precisamente a la institucionalización de la caballería dentro de la orden militar, congregación religiosa eminente pero no exclusivamente dirigida a la conversión cabelleresca, reconocida oficialmente por la Iglesia y regida por una o varias reglas específicas. Su encomienda original era la de servir en la guerra santa y velar por los intereses de la cristiandad; no obstante con el tiempo las condiciones que habían propiciado la creación de esta nueva forma de agrupación desaparecieron, aunque las órdenes en su mayoría perduraron.
     Las nuevas circunstancias que enfrentó el mundo cristiano a partir del siglo XIV, especialmente la necesidad de los príncipes para mantenerse o afianzarse en el poder, condujeron a mantener como clase social a los caballeros, a los que se legitimó nuevamente con la creación de órdenes militares laicas, las órdenes de caballería:
Esas órdenes laicas no estaban vinculadas a las órdenes militares. No procedían ni de la misma inspiración ni de las mismas necesidades. Sin embargo, sus contemporáneos creyeron en una filiación convirtiéndolas en instrumentos de una religión monárquica.3
     A la postre, como suele ocurrir, las órdenes militares y de caballería terminaron por fusionarse al terminar la Edad Media y comenzar la Edad Moderna, sin embargo tratar al respecto excede los límites de esta sencilla diferenciación conceptual. No deja de ser apasionante el estudio de estos temas, que ilumina diferentes aspectos poco conocidos de la historia de las instituciones que a la fecha permanecen en nuestras sociedades. Al mismo tiempo y, a manera de reflexión, creo pertinente enfatizar el valor de los conceptos y la definición de sus claroscuros, en especial cuando se pretende estudiar el arte surgido durante épocas tan lejanas de la nuestra, aunque muchas veces también tan vigentes aún hoy.

Obras citadas

DEMURGER, Alain, Caballeros de Cristo. Templarios, Hospitalarios, Teutónicos y demás
     órdenes militares en la Edad Media (siglos XI a XVI)
, trad. Wenceslao Carlos Lozano,
     Granada, Universidad de Granada, 2005.
NOGENT, Guiberto de, Gesta Dei per francos, en Recueil des historiens des croisades.
     Historiens occidentaux
, IV, París, Imprimerie Nationale, 1879, pp. 119-263.

Notas

↑  1 Demurger, p. 26.
↑  2 Nogent, p. 124.
↑  3 Demurger, p. 14.

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