Aunque ya he aclarado que la definición desde la que se busca desarrollar este artículo no es solamente la del diccionario, parece importante partir de las acepciones que éste ofrece, de manera que se pueda contrastar la definición resultante con el contenido semántico que debiera idealmente llenar al término.
En la vigésima tercera edición del DRAE, el lema héroe cuenta con seis acepciones:
- Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes.
- Hombre que lleva a cabo una acción heroica.
- En un poema o relato, personaje destacado que actúa de una manera valerosa y arriesgada.
- Protagonista de una obra de ficción.
- Hombre al que alguien convierte en objeto de su especial admiración.
- En la mitología antigua, el nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios; como Hércules, Aquiles, Eneas, etc.
María Luisa Martell Contreras de la Universidad Veracruzana, en un estudio sobre el concepto de héroe nacional y su relación con los adolescentes de nuestros días, ha planteado que «al héroe se le han asignado características físicas, intelectuales y actitudinales que alimentadas por la tradición oral popular lo colocan en una categoría superior al común de la gente», lo que en primera instancia parece emparentar su concepción con la última acepción recogida por el DRAE, sin embargo, es más la condensación de un proceso de generación de figuras heroicas que, como apunta la investigadora, luego de ser transformadas por la oralidad popular, se revisten de un aura súperhumana, lo que además las convierte en posibles objetos de admiración o veneración. Esto último es de vital importancia para la académica dado que uno de los elementos centrales de su trabajo es el concepto de héroe nacional, lo que implica por supuesto la relevancia histórica del personaje pero también su transformación en una figura de culto cívico.
En el mismo documento se recoge el concepto de héroe de estudiantes de secundaria. En la síntesis de las diferentes definiciones ofrecidas por los jóvenes destacó la característica de actuar en favor de los demás de manera desinteresada, así como la capacidad de incidir en la sociedad por la práctica de valores. Aunque no hayan incluido de manera explícita el aspecto de la admiración, el claro énfasis en la virtud y bondad como características propias del héroe denota un sentimiento de admiración intrínseco. Ahora bien, es muy llamativo que omitieran la relevancia histórica y que tampoco se volcaran sobre personajes ficticios para identificar la heroicidad. Esta investigación es más reveladora de lo que aparenta porque contrasta dos visiones de un concepto que, visto de soslayo, pareciera ser el mismo en todo tiempo y lugar. Si por una parte los estudiantes no definieron al héroe de manera que pudiera encuadrarse en su definición a los personajes más señalados de la historia nacional, cuando se les solicitó que mencionaran héroes de dicha historia mentaron a las figuras más conspicuas de la misma. Cabe aquí reflexionar sobre la dificultad de conciliar las dispares definiciones que operan en la concepción y habla cotidianas, pues es claro que la falta de apego a una definición formal agrava el vacío semántico de los vocablos y los transforma en meras nomenclaturas situacionales; concretamente, que los jóvenes en teoría sean capaces de identificar a Miguel Hidalgo y Costilla como héroe de la patria, pero en la práctica tengan la capacidad de revestir de heroicidad a un profesionista médico o a un bombero y, en el ámbito íntimo, consideren un héroe genuino a Lionel Messi o a Vin Diesel es señal clara de la crisis del vocablo, banalizado al extremo, y de la asimilación del concepto como algo reductible a características simples que luego se aceptan de forma irreflexiva. Por este motivo lo primero que he hecho aquí es señalar elementos tópicos, más que apegarme a construcciones completas, para confeccionar la definición operativa tan necesitada. En definitiva el trabajo de Martell Contreras ha arrojado muchísima luz sobre el tema, especialmente sobre el asunto de las percepciones cotidianas del hablante común.
Sin embargo todavía se puede recurrir a otras perspectivas. Una noción bastante estructurada y representativa por la inclusión de características tópicas proviene de Luis Rodrigo Trejo, que en el artículo «La filosofía del héroe que necesita la humanidad» plantea: «Un héroe es un ilustre guerrero disciplinado que ya sea por deber o utilidad comete actos nobles y es admirado por ello». Nuevamente elementos vinculados a la virtud y la admiración se hacen patentes, pero Trejo parece insinuar, al convertir al héroe en un guerrero, también la valentía y las hazañas. ¿Acaso también sugiere relevancia histórica? Sea cual fuere la respuesta, lo que es claro es que el carácter épico del héroe es harto visible en esta definición, lo que nos vuelve a remitir a los elementos que hemos rescatado de las acepciones que componen la definición académica. Por otra parte, Pablo Morano en su artículo «Por qué Tomás González es un héroe y un líder», ofrece los motivos para encumbrar la heroicidad del mencionado deportista. Entre sus argumentos, el que más se destaca es que «Tomás González nos emociona de forma transversal a todos […] Porque fue capaz de demostrarnos […] cómo la verdad que está dentro de cada uno es la que nos transforma en líderes y héroes». De nuevo la admiración juega un papel central en su fundamentación sobre la heroicidad de un individuo, pero es el elemento de la «verdad interior», una suerte de vocación o llamamiento que trasciende al propio individuo, el que confiere la heroicidad definitiva y predispone al liderato. Esto último es propio de la concepción común y del todo ajena a la definición institucionalizada.
Sería, no obstante, una labor inacabable sondear todas las posibles acepciones que existen en la esfera cotidiana, pero es posible identificar en las que aquí se ha recogido una serie de rasgos comunes que no las distancian demasiado entre sí. Se puede afirmar, de manera general, que coloquialmente el héroe se identifica con la fama (cantantes, actores, deportistas), con la bondad y la virtud (policías, soldados, médicos, bomberos), pero también con los valores nacionales (presidentes, caudillos, guerreros) y con un llamamiento a cumplir un destino sublime (la verdad interior de Morano), todo ello acrecentado exponencialmente de manera que no encajan en lo cotidiano como cualquier otra persona sino que se distinguen de la multitud y por esto son venerados.
Sobre la base de lo anterior, nuestra definición operativa propone que el héroe es un individuo histórico relevante al que se le atribuyen características admirables y de quien se dice ha realizado proezas o hazañas señaladas o encomiables, todo lo anterior circunscrito a la percepción de un cierto grupo o sociedad humana, que le profesa una profunda veneración y respeto, y le atribuye el cumplimiento de una misión trascendental o destino. En efecto, esta definición comulga, en algunos puntos, con las acepciones formales de la lengua, sin embargo también se vuelve específica del uso común en otros, por ejemplo, la mención de que se trata de un individuo histórico y relevante o que su apreciación se corresponde con la de una sociedad o grupo humano específico, que le venera y le imputa una misión. ¿Por qué hacer esta suerte de señalamientos? Es pertinente ya que, como se ha visto, una espesa niebla cubre al vocablo y las aproximaciones al diccionario, lejos de esclarecerlo lo obnubilan aún más al ofrecer acepciones extremadamente generales («Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes»; «Hombre que lleva a cabo una acción heroica») o fuera del contexto («Personaje principal de un poema o relato en que se representa una acción, y especialmente del épico»; «En la mitología antigua, el nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios»).
Con lo expuesto anteriormente la definición parece haberse acotado lo suficiente, no obstante considero oportuno profundizar en una característica que es propia de la concepción popular: la admiración que despierta el héroe y su consecuente asociación con el bien. Ciertamente para el vulgo el héroe es bueno, aunque como queda evidenciado la bondad suela extraerse del terreno ético para introducirse en el de la simpatía y el agrado. Para la mentalidad común, que poco se preocupa por lo atinado de sus elecciones léxicas, lo bueno y lo que se dice bueno equivalen a la conveniencia, a la comodidad, la riqueza, el placer y los tópicos que despiertan admiración en las masas. La bondad es consecuencia de la simpatía y de la detentación de estos valores, que se conciben alejados de la gente; en este sentido el héroe no puede ser cotidiano ni tampoco circunscribirse al ámbito local, sino que se corresponde con el valor de la nación, desde donde se extrapola a la dimensión global, pero nunca se adapta a las diferencias existentes entre los diversos grupos humanos. Los valores del héroe son los valores modélicos de la sociedad que lo ve emerger (de la que es miembro natural o putativo) y la influencia que esparce por el mundo es la de esa exclusiva sociedad o nación, que por consecuencia lógica se expande y devora a otras. De ahí viene la justificación del bien como elemento identificador y no como resultado del obrar moral: representa todos los valores que constituyen al individuo ideal, es una apelación a la identificación inmediata del hombre como producto de una comunidad definida. La universalidad del bien, en este terreno, es una máscara que encubre los valores restringidos que configuran al héroe, por esto es bueno y por esto causa admiración, es el reflejo de la sublimación de la persona en singular y de la comunidad organizada en estructura nacional, fuera de estas fronteras la humanidad es difusa y muchas veces nula. Piénsese en el discurso alrededor de Benito Juárez en oposición al que rodea al emperador Maximiliano; la polarización es total, el primero es el campeón de la libertad, el gran reformador y, por encima de todo, es el héroe de la tierra, indígena como el pasado prehispánico que se busca ensalzar (solamente en la teoría) y moderno como la nación joven que aspira a la riqueza, el bienestar, la soberanía y la democracia, calcos del discurso anglosajón de finales del siglo XVIII; el otro es el tirano, el opresor, representante de las ambiciones imperialistas europeas, instaurador de la monarquía, que es origen de todos los males y causa de las desgracias del mundo; Maximiliano es el otro, el extranjero, el enemigo a muerte, a pesar de que los grandes avances en las reformas civiles y la creación de los iconos patrióticos fueron obra suya; sin embargo la heroicidad de Juárez es indiscutida y la villanía del emperador es poco propensa a ser discutida.
En conclusión, cabría añadir que el héroe es objeto de una veneración especial para que sea supremamente bueno; no es admirado por su bondad, sino que es bondadoso porque es admirado. Con este último apunte se da forma definitiva a nuestra definición y se excluyen las posibilidades de elegir la contraargumentación más fácil, que es exigir a la vida de Hitler el cumplimiento de los presupuestos teóricos del protagonista del poema épico, aunque si fuese nuestra intención forzar el discurso, bien podrían encontrarse las concomitancias entre la biografía y los postulados de la anatomía poética. También con esto se evita la ridiculez de compararlo con personajes de la nueva épica popular, como Batman, Súperman, Spiderman o cualquiera otro de los protagonistas de los cómics. Por otra parte, sí permite asociarlo con figuras como el ya mencionado Benito Juárez, Álvaro de Luna, George Washington o Iván el Terrible. Este último punto parece el que mayor énfasis debe recibir ya que gracias a esta asociación es que se podrán parangonar los aspectos de la vida del Führer que más ataques reciben.

Martin Wuttke como Adolf Hitler en el filme de 2009 Inglorious Basterds, muy acalamada por la crítica y el público por ofrecer una cruda fantasía anti nazi.
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4. El auge y la ruina del Tercer Reich ➝
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