Sobre la heroicidad de Hitler. 1. Introducción

Sin duda uno de los personajes más polémicos que podemos evocar en la actualidad es Adolf Hitler, a quien la historia de los vencedores ha conferido la fama del villano por excelencia, el mal encarnado al que, no hace mucho, un informe contingente desconocido condujo a una extinción dudosa, que tuvo como consecuencia la instauración de un régimen que, supuestamente, evitaría los horrores cometidos en contra de la humanidad por el Führer y sus seguidores. Mucho se ha escrito alrededor de la enigmática figura del líder nazi, se han analizado sus estrategias, se ha estudiado su manera de gobernar y, por supuesto, se han enjuiciado sus decisiones; sin embargo, cuando se confronta a sus más acérrimos detractores, uno suele encontrarse con la dificultad siguiente: le odian sin tener claro el motivo. Las muertes excesivas parecen ser la primera razón por la que este personaje les resulta tan aborrecible, no obstante la conciencia de dichas muertes es, en realidad, un mero comento mediatizado del que pocas veces tienen constancia documentada. No pretendo con esto afirmar que dichas muertes no se produjeron nunca, sino que lejos de conocerlas desde el rigor documental las tenemos presentes solo en el imaginario y la paranoia colectivos, resultado sin lugar a dudas de una perversa manipulación mediática que se ha encargado de adoctrinar a buena parte de la humanidad para repudiar sin miramientos todo aquello que, en medio del fragor de los himnos bélicos y las atrocidades de la batalla, era la amenaza a vencer, el enemigo despreciable, la abyección pura, todo ello por supuesto para la óptica polarizada del que posteriormente sería el bando ganador. Otro problema existe, también, con la documentación, por rigurosa que sea, pero sobre ese respecto he de tratar más adelante. Me interesa traer a colación la cuestión sobre la heroicidad de Hitler y su negación o afirmación sobre la base de una definición operativa porque, durante una reunión de esas que terminan por arreglar el mundo, surgió dicho tema y los argumentos esgrimidos en contra del enunciado «Hitler fue un héroe» esencialmente fueron nulos. Una parte solamente negaba el enunciado, sin aportar una genuina razón para negarlo; otra defendía que no había cumplido con los estadios del viaje del héroe de Frye o Campbell; huelga decir que la primera es una oposición dogmática e irreflexiva sobre la propia axiología que la ha motivado, y la segunda, una humorística manera de zafarse del tema. No obstante, a la luz de las nuevas atrocidades que en plena era de la información no llegan a nosotros sino como mediatización pervertida y desaforada, me interesa revivir este viejo tópico con la esperanza de incentivar un pensamiento más crítico sobre lo que hemos dado por sentado sin más que la aceptación, de nuevo, dogmática e irreflexiva en cuanto a la propia axiología de origen.
     Creo, además, que conviene popularizar o, cuando menos, cotidianizar el ejercicio ahora que está tan en boga disparar a muerte contra una hegemonía conservadora inexistente (sobre estas tendencias se había escrito ya aquí). También pienso en la necesidad de volver a las definiciones, ya que el uso popular ha vaciado a los vocablos de su significado y los ha convertido en comodines contextuales, cuya valía más parece dada por convenciones intuitivas que por una genuina y consciente comprensión de la semántica. Al final la pretensión de este modesto artículo no es declarar un ganador en el debate de si Hitler fue el peor de los villanos o el mejor de los héroes, tampoco es persuadir de una u otra versión, sino provocar una revisión personal, lo concienzuda que se quiera hacer, de lo que se acepta «por default» desde la comunidad y desde el individuo. Si alguno se mantiene en la posición original, por lo menos ya habrá considerado una serie de elementos que le permitirán afianzarse en su opinión; si alguno la cambia, tendrá por provecho que además ha despertado el intelecto para problematizar lo que tiene delante. La empresa es, entonces, tremendamente ociosa pero también insufriblemente ambiciosa, por lo que cualquiera que sea el resultado no habrá de dar satisfacción a nadie.
     Ahora bien, he mencionado rápidamente el problema intrínseco de la documentación. Es necesario comprender que las fuentes históricas, como ordinariamente ocurre, ofrecen un grado difuso de fiabilidad puesto que en cuantas encontremos se habrán de matizar las narraciones historiográficas según sea más conveniente para los propósitos de los historiadores. No es un secreto que las herramientas de transmisión de la Historia, pese a que aspiran a la tan cacareada imparcialidad, terminan por moldear los hechos ya que no son entes conscientes per se; como en toda disciplina humana, se trata de medios para alcanzar determinados objetivos. Ahora bien, no se busca plantear aquí teorías de conspiración alrededor de la manipulación de la información, sino meramente hacer conciencia sobre una realidad patente en el mundo académico. Por esto es tan importante aguzar el ojo crítico, ya que son escasas las cosas en este mundo a las que podemos conferirles nuestra absoluta confianza. En este sentido, la médula no debe ser si los hechos han sido suscitados o no, sino quiénes narran los hechos, cómo los narran y qué lógica estructura dichas narraciones; al mismo tiempo, conviene considerar si las consecuencias perceptibles corresponden a lo que se ha planteado o, por el contrario, suponen un conflicto de concordancia que es necesario matizar. Asimismo, debe tenerse en cuenta que para comenzar la exploración alrededor del problema de la heroicidad de Hitler, se debe lidiar con un impedimento casi infranqueable: abundan los textos, estudios y las biografías que enfatizan la maldad del personaje, pero escasean aquellos que se fijan en él como se han fijado, por ejemplo, en Alejandro Magno o Napoleón, es decir, esforzándose por dejar de lado los apasionamientos impuestos por el adoctrinamiento alrededor de su figura. Escasean, aunque no son inexistentes, los documentos en los que el autor mantiene la distancia emocional. Por otra parte, proliferan en la red las alabanzas fanáticas al Führer, algo prácticamente inútil, ya que no abandonan el terreno de la opinión dogmática, sencillamente se contraponen al desprecio ciego hacia el mismo objeto.
     Ante este panorama, el razonamiento más sencillo es interrogarse si son necesarias más pruebas sobre la nula heroicidad de Hitler. A mi juicio, siguen haciendo falta, pues aunque se me argumente que la opinión mayoritaria, expuesta en gran cantidad de documentos, que acusa la maldad del personaje es bastante para convencer a cualquiera, me vería en la necesidad de rebatir dos cosas: lo primero es que el común acuerdo no es necesariamente la elección más atinada, ni la que detenta la razón, por más que la mercadotecnia se esfuerce en decirnos que el número mayor se come al más pequeño o, dicho de otro modo, que tantas personas de la misma opinión son incapaces de estar en un error. Los amantes del ateísmo, que a la par suelen ser ínclitos abortistas y empedernidos enemigos de Hitler y lo que representa, quizá con poco gusto tendrán que aceptar, por ejemplo, que su elección de sistema de creencias es propio de una minoría mundial; según estimaciones realizadas por WIN-Gallup International en 2012, el 13% de la población mundial se autodefinía atea ante un 59% que se autodefinía religiosa y un 23% no religiosa (no necesariamente atea). ¿No es suficiente, si la mayoría está en lo correcto y de manera indefectible la minoría en un error, con revisar estos números para convencerse de la naturaleza falaz del ateísmo? Habrá muchos que argumenten que no, quizá se basarán en las funciones psicosociales de la religión para comprobarlo u optarán por otra suerte de argumentos, pero el desacuerdo sería generalizado y se defendería con ferocidad. Esto me lleva al segundo punto que habría menester rebatir: la convicción alrededor de lo que se defiende y su relación con lo políticamente correcto. En la actualidad parece muy natural, por lo menos en Occidente, que alguien se proclame como crítico de las religiones, de los valores, de las elecciones ajenas, etcétera, pero encuentra en ciertos escollos temáticos un freno que no se puede zanjar ni evadir: la corrección política. Ciertas cosas, especialmente las que representan una hegemonía de antaño que se imagina vigente en la actualidad, parecen estar en la mira de las críticas y las problematizaciones por obligación moral, mientras que otras no deben tocarse como si se tratase de los más sagrados asuntos que conociese el ser humano. De esta manera, la hipocresía imperante ha vuelto tabú la crítica contra la homosexualidad, contra el feminismo o contra el sionismo, mientras que la oposición a reivindicar la reputación de figuras como Hitler, Tomás de Torquemada o Porfirio Díaz se ha convertido en norma. En más de una ocasión, por ejemplo, he escuchado a personas hablar del desprecio que sienten por quien expresa algo positivo alrededor de estas figuras, de manera muy especial las dos primeras, mientras que ensalzan a quien sacraliza la unión de personas del mismo sexo o la violencia ejercida por una mujer contra un hombre (parece importante, para quienes quisieran colgarse de esto para proferir algún insulto, aclarar que esto no es feminismo esencialmente, pero cabría apuntar que existen personas que aún hoy se confunden con el término). A final de cuentas, prima la imposición de una nueva axiología que, como casi todas, prohibe la reflexión sobre sí misma; el incumplimiento de este veto conlleva la exclusión, la violencia moral y en ocasiones hasta física. En este mundo, donde la premisa hegemónica es que se da la bienvenida a las diferencias y a la multiplicidad, no hay cabida para quien piensa genuinamente diferente. Ponderar la heroicidad de Hitler en definitiva reta a este constructo de valores.

Bruno Ganz personifica a Adolf Hitler en el filme de 2004 Der Untergang. La película retrata el lado humano del líder nazi, en lugar del hiperbólico monstruo con que se asocia «por default».


2. La definición operativa de héroe ➝
3. Liderato y carisma ➝
4. El auge y la ruina del Tercer Reich ➝
5. Comentarios finales ➝

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