En el contexto presente y por motivos de índole personal, considero oportuno anunciar mi retiro como administrador de Pillaje Cibernético, Inc. El Blog, para dar paso a la labor de un talentoso escritor y paisano mío. Agradezco a toda persona que nos ayudó a configurarnos como el blog que somos con sus lecturas, retroalimentaciones, comentarios y demás favores que me es imposible enumerar. Gracias totales.
El tiempo es una abstracción de encomiable hermosura, casi imposible de comprender por completo. Ahora que se acaba el primer mes de 2015, no puedo más que quedar admirado por la complejidad de situaciones que se desarrollan durante su devenir. Es verdad que más de un físico podrá explicar con términos profundamente vacíos el fenómeno del tiempo, sin embargo la admiración por ese mecanismo intangible no desaparecerá, como no desaparece el encanto por la vida con la mera afirmación de que somos un conjunto de partículas en constante movimiento. Los científicos, aunque bienintencionados, no dejan de ser individuos tremendamente primitivos, como el rústico que sale por primera vez de su pueblo y lejos de admirarse comenta que el cielo es azul en todos lados. A propósito de esa imagen tan mal retratada, uno de los autores de este sitio y yo hemos compartido ya antes anécdotas donde no es un rústico, sino unas rústicas las que comentan algo semejante a lo del cielo. Es también el funcionamiento básico del ser humano algo impresionante y difícilmente reductible a unos cuantos aforismos fisiológicos.
En fin, esta entrada que será la última que realice en Pillaje Cibernético quiero aprovecharla comentando algo estrechamente relacionado con el tiempo, pero que no es el tema del tiempo precisamente, se trata de la memoria y el registro. Registrar es ciertamente un intento de preservación de la memoria, sin embargo, no es independiente de ella, ¿por qué? Bueno, porque sucede que el almacenamiento de registros es una condena definitiva al olvido. ¿Cómo es esto posible? Bueno, intentaré explicarme. La memoria es la conservación de algo que no necesariamente existe en el presente de quien conserva (está claro que si extendemos esta proposición al absurdo, encontraremos que en efecto es gracias a la memoria que podemos comunicarnos, pues recordamos las palabras, la forma de pronunciar, la estructura sintáctica, etcétera, sin embargo intento aludir aquí a la memoria que exige el largo plazo, por ejemplo, la de la historia familiar o nacional, la de las experiencias personales, las anécdotas, el estudio, los libros y otros elementos semejantes); ahora bien, es una realidad innegable que dicha conservación no es perfecta y, con el paso del tiempo, elementos determinados de aquello que se conserva se pierden, sean detalles, nombres, el orden de los sucesos o datos de gran especificidad como la hora exacta, el día, la humedad del ambiente o la temperatura. Para evitar estas pérdidas es que inventamos el registro. Ahora contamos, por lo menos en el mundo occidental, con la ventaja de un sistema simbólico bastante práctico para llevar a cabo el más minucioso recuento de las cosas (y recuerdo a un maltrapillo que despotricaba porque no usamos más ideogramas, que a su primitivo e inculto entender eran mejores… yo solamente puedo remitirme a que todo sistema tiene sus puntos positivos y negativos, pero a mentalidades como la del maltrapillo, más cercanas a la del animal pragmático que a la del retórico, poco se les puede enfrentar, razón por la que nunca quise enfrascarme en un debate con tan peregrino y abyecto personaje), no obstante queda todavía un estadio en que la memoria debe operar para que el registro sea efectivo: debemos recordar que hemos registrado lo que queríamos recordar. Es una cadena que puede ser infinita: se registra algo, luego se recuerda y para no olvidarlo, se registra que se registró, pero para que esto no se pierda hay que recordar lo último también, así que se registra nuevamente que se registró lo que se había registrado en un inicio… Esto también me admira puesto que, precisamente ahora que he realizado una limpieza de materiales y de entradas en otros lugares, recuerdo a la perfección los incidentes, pero las fechas no me quedaban claras y, más todavía, no recordaba que algunas cosas hubieran existido siquiera. Algo así me acontecerá, imagino, cuando me pase de nuevo por este espacio y deje algún comentario cariñoso.
En fin, para concluir solamente quiero apuntar que la desmemoria no es otra cosa que la consecuencia del registro excesivo. Cuanto más seguros estemos de que lo que se quería conservar no se perderá, puesto que está registrado, más peligro corre ese registro de caer en el olvido. Lo hemos visto cientos de veces en las bibliotecas universitarias y estatales: ahí puede concentrarse el conocimiento entero del universo y, con todo, mientras no recordemos en qué libro está ni si el libro mismo está o no en la biblioteca, todo ello quedara perdido, perdido claro hasta que alguien lo encuentre o lo recuerde, pero entonces dependemos del capricho aleatorio de la probabilidad y no de la memoria, que implica una voluntad dirigida y causal no casual. La memoria supeditada a la casualidad es lo más triste que existe, pero desafortunadamente también lo más hegemónico, pues, ¿cuántos en nuestros días se preocupan por recordar dónde se ha registrado lo que ya no se recuerda? Es también esto una condición de la existencia, si no se desechan ciertas cosas y se abre camino para ciertas otras, no habría movimiento, crecimiento, desarrollo ni cambio. El cambio es necesario, aunque no sea siempre bueno. Y con esto, a quienes leen, agradezco de nuevo, agradezco a mis compañeros de pillaje y, por no ocasionar estatismo ni olvido, dejo esto registrado, me cambio y muevo.
Interior de la Biblioteca Vasconcelos, en Ciudad de México. Imagen obtenida de la fotogalería de CONACULTA, aquí.
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