Feliz 2015

Un año más nos ha sucedido y estamos sucediéndole a un nuevo año. Por lo general, esta época sirve para prometernos cosas que no tenemos pensado cumplir, para hacer rituales de renovación que —sean o no efectivos— responden a nuestra necesidad de formalizar algo para que no se quede flotando en la simple e inmaterial dimensión del deseo; in malam partem, es el momento para deprimirse y sentir las ansias de la muerte cada vez más cerca. Es un momento culturalmente construido para los extremos. En lo personal, como uno de los más activos miembros de este espacio, me declaro hasta los cojones de tomar los años in malam partem y también de tomarlos con desmedida euforia. Más allá de mi genuina intención de reconocer en el paso del tiempo una oportunidad para reflexionar y mostrar gratitud, creo importante aprovechar la conciencia del tiempo para hacer de la vida algo valioso, ¿para quién? Para uno mismo, para el prójimo —que antes se decía próximo—, para quien nos importa, para la eternidad, para la nada, ¿por qué hemos de ver en el valor un utilitarismo forzado? Estamos vivos y está muy bien cuestionarse qué sigue (no hablo necesariamente de la existencia ultraterrena, aunque tampoco tengo nada en contra, sino del plano inmediato que el vivir, ¿y qué más?), pero con o sin respuesta, lo que nos toca es vivir. Por supuesto que esto es producto del más ocioso existir… y soy académico, vaya que sé de ocio. Sin embargo, el año que comienza puede ser una oportunidad para arreglar el mundo desde la acción cotidiana, incluso desde la acción heroica y grandilocuente, por alejada que parezca de nuestra realidad. El año está para desperezarse y continuar. Noto que comienzo a ser incoherente en lo que escribo, quizá estoy emocionándome demás sin motivo. Es lo que tiene reflexionar con miras positivas, uno se embriaga de felicidad, de ánimos, de todo. Yo no creo en los equilibrios ni en los extremos, creo en la paz. Un año para construirla, me gusta la idea.
Vale.

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