Cortesía de Fogonazos, aquí.
La red está plagada de imágenes semejantes a la que se ofrece aquí arriba. Es comprensible, la intencionalidad doctrinal no perdona espacios y, mucho menos, oportunidades de alcance desmedido; Internet ciertamente ofrece tanto lo uno como lo otro. Es verdad que se necesita tomar conciencia de la falta que hacen los árboles al mundo, como seres vivientes y como fuentes de recursos. Si los humanos fuéramos la mitad de comprometidos de lo que decimos ser, muy distinta sería la realidad que nos toca arrostrar. Una utopía estadística escolar (y por «escolar», entiéndase de la época de la primaria) decía que por cada árbol talado era menester que plantáramos dos, de suerte que si esto fuese una disciplina constante, al terminar la primaria habríamos restaurado (¿solamente nosotros? ¿Todos los niños de la ciudad? ¿Del país? ¿Del mundo?) las arboledas del planeta; sin duda, una propuesta encantadora pese a lo ingenua e infundada. Hay que soñar, eso también es verdad.
¿A qué viene este discursillo tan poco entusiasta? Bueno, una noticia que me ha dejado un sabor de boca bastante peculiar llegó a mí el día de ayer y hoy he querido comentarla, aunque sea someramente. Puede leerse en su versión original aquí. Resulta que ya habrá árboles que den red inalámbrica, así como energía para cargar las baterías de los teléfonos móviles, quizá también las computadoras portátiles y otra suerte de aparatos que requieren enchufarse a la luz de cuando en cuando para funcionar correctamente. ¿Es esto una buena o una mala noticia? Más allá del intento moral por determinarlo genuinamente en términos de bondad o maldad, habría que considerar que finalmente ha ocurrido: habrá mayor interés por «plantar» los árboles sintéticos que los árboles vivos, ¿por qué? Porque ahora sí dan wifi. Si antes había un desinterés generalizado por restaurar a la tierra, ahora hay más pretextos para despreciar esto. Por supuesto, las ventajas de que exista esta clase de tecnologías son hartas y, con solamente pensar un poquito, se pueden convertir en infinitas. Desafortunadamente estas iniciativas cuentan con dos grandes impedimentos que quitan el encanto a sus postulados esenciales, el primero es que vivimos sumergidos en un modelo económico que se basa en la escasez, la lucha y el despojo para mantenerse, esto es, no concebimos que exista la posibilidad de poner al alcance de todos (menos ahora que somos tantos) aquello cuyo precio lo hace accesible solamente para los que importan, así es, los que tienen dinero. ¡Qué monstruosidad! Y sin embargo, cuán despreciablemente cierto es que cada vez menos nos preocupamos por el prójimo y más por satisfacer la propia avaricia. Si otras empresas que lucran con el empobrecimiento de las masas y el cobro de precios obscenos a quienes tienen la capacidad de derrochar cantidades igual o más obscenas cambiaran el paradigma, y se dedicasen a encontrar soluciones como las que promueve el árbol solar, muy otro sería el panorama mundial, otra nuestra dinámica de convivencia y otra también nuestra concepción del ser y del mundo que habitamos. Por desgracia, este cambio de paradigma se tarda porque a los poderosos, a los acomodados, a la cúpula de la teoría conspiratoria que rige el universo no le conviene que llegue pronto. Suena a paranoia de película mal escrita, pero es verdad que los intereses económicos que se mueven sobre este campo son tan grandes y tan poderosos que aterra la facilidad con la que pueden descartar genialidades como ésta o incluso como la de la batería eterna.
El otro gran impedimento, que en realidad es más un aspecto negativo que algo que le estorbe, es lo que decía de la falta de interés por los árboles reales. Los paneles solares están muy bien para las casas, los edificios, los campos áridos y otros sitios semejantes, la verdad es que son unas maravillas que vale la pena desarrollar con más ahínco e interés, pero, ¿y si en lugar de ocupar espacios donde podrían estar árboles reales, se aprovechan los espectaculares de propagandas inútiles, los techos de los rascacielos y de las casas de interés social, las explanadas de los edificios de gobierno e incluso las escuelas y universidades? ¿No serviría más que estos sitios fueran los que nos alimentasen de electricidad, mientras que el suelo sirviese para albergar a los que nos alimentan de oxígeno? Ciudad de México, por ejemplo, se enfrenta a una situación ecológica crítica desde hace años, décadas, y sin embargo se les ocurre que queda más sabroso introducir ahí la nueva tecnología. Para tratarse de una desarrolladora verde, quienes han promovido este invento en el país tienen que repensar el significado de su viridiscencia.
En fin, para no causar más incomodidad con el tópico y dejar que quien se interese por ello opine, invito a quien lea que regale algún comentario y diga qué piensa sobre este asunto. Vaya que no es un caso de complejidad alarmante, pero varias cosas que decir seguramente sí da, por ejemplo, al sacarse a colación mientras se bebe café. Regálennos sus comentarios y revisen nuestras otras entradas, ahora que estamos iniciando un año nuevo y estamos estrenando nuevo diseño de blog, ¿qué les parece?
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