Esta obra de reflexión crítica puede resultar agresiva para susceptibilidades que padezcan hipersensibilidad emocional, se recomienda amplio criterio o culpar a sus padres por haberles inculcado tantas mamadas y jotadas.
Los lunes son los mejores días de la semana para un mantenido del gobierno: no lidias con tráfico, no te levantas temprano, puedes tomar si quieres y darle a la labor erudita hasta que te venga en gana. Pero lo mejor de todo, lo que puede opacar el júbilo de un mozalbete que destroza el envoltorio de sus regalos navideños, lo que deja en pañales el gozo de la adolescente que se fue plana cual la cama donde duerme a reposar el día y despierta con dos o tres veces el tamaño de su cabeza en cada protuberancia de su futuramente lácteo pecho, lo que ni todos los diamantes bañados en negra sangre que Occidente vende sin dar una migaja a los mineros esforzados que se matan en su búsqueda pueden pagar, lo más grande: el lunes hay All You Can Eat en el mejor lugar del mundo, el Cabo Grill. No obstante, la felicidad, como acontece de ordinario, puede verse opacada por un detalle minúsculo como la estima que le tenía Góngora a Quevedo, y es que si te has sabido manejar a lo largo de la vida para llegar adonde estás, esto es, ser periodista a lo divino y dedicarte a la literatura de Internet, habiendo sorteado toda suerte de obstáculos rabelaisianos como los ensayos sobre todo el malcogimiento social que hace del periodismo una carrera cuando debiera ser considerada bandidaje y alta traición, quiere decir que eres un bato afortunado porque vives solo; sigues siendo un borracho prostibulario que pasa sus mañanas crudo, sus noches pedo y las tardes alternando la composición de alguna falsa noticia con pendejadas que encabronen a cualquiera que te escucha y que quizá tienes una novia que todos se preguntan por qué está contigo y algún agudo sabrá que es porque su nariz torcida de pepinillo curtido con desinterés le impide juntarse con un triunfador y le obliga a conformarse, como queda dicho, con un periodista como tú.
¿Y entonces? ¿Qué pedo? ¿Por qué la falta de alegría? ¿Es que ya ni los deleites investigables del ocio periodístico son suficientes para consolar tu corazón? ¿Es que las ebriedades y fornicaciones no te bastan y nuevo género de blasfemia has menester para que en todo punto, despojo del orbe, te puedas granjear ya plena damnación? ¿No? ¿Pues qué cuita, hija bastarda del Averno, emperatriz del vómito matinal y muy señora de las resacas malhabidas viene a compungir tu pecho de calumniador licenciado, lo mismo en la femenina cloaca que en el culo de las botellas de güisqui y de cerveza? Escuchar es fuerza tus razones, nuevo de Dionisos hijo, pues que en extremo turbadoras parecen, por cuanto es mayor la turbación que expresas.
Pasa, sin haber más ceremonia de por medio, que acábase la alegría porque el jodido mundo, enemigo de Dios y del alma y amante de la carne y el demonio a un mismo tiempo, lleno está de esos vitandos que mejor valiera llamarles del Oficio reos, si no fuera porque ya en nuestra bienamada lengua castellana merecen el despectivo título de jotos maricones del orto, que no quieren, aunque arguyan que no les es dado, ir contigo al lugar más feliz del mundo a disfrutar del máximo deleite del que el intelecto divino hacer concepto pudo y el humano ingenio hacer patente supo: los tacos del Cabo Grill. ¡Oh, blasfemia que ni la dañada multitud tolera! ¡Oh, mácula, que la dignidad humana acecha hasta verla revuelta en la hez de la miseria despreciada! ¡Oh, torpe violencia contra la naturaleza y la gracia, impiedad suma, inverso sacramento de cuantas malvadas apostasías y heréticas sinrazones engendrar en su seno Plutón pudo!
Tú que regentas al mundo desde la fragante juerga y merecedor del elogio del gran teatro seglar, por lo compuesto y atrevido y esforzado, te dan el mismo nombre della; tú que a la madreselva y golondrinas enseñaste el nombre de las diez mil putas que parieron a cuantos el orbe habitan hoy en día; tú que de la noche oscura, al alba diste tinturas en dorada letra por cuyo testimonio sabe el día de tu presencia, porque a la tarde el rubicundo Apolo pare su carro y tu sueño febril, por lo dípsico, custodie. Tú que a la hueste indómita del prusiano, por amor abrasado, fuiste a ceñir con el cordel de la libre esclavitud que es la manía, hoy tienes que aceptar que el mundo no funciona como tú, que los ruines noticiosos de falacia no están en peligro de extinción y que, por más que le hagas, nunca nadie va a llamarte «tipo fenomenal».
¿Qué más se puede hacer? Todos alrededor o trabajan o están locos o son putos (es decir, además de lo putos que son por no querer acompañarte al Cabo). ¿Y tú? Tú eres el rechazado que se ha quedado fuera de la manga, el boludo por expulsado que no el expulsado por boludo, el amigo de todas las sombras y las garrapatas, el tío que nadie invita a la fiesta, el otario que llama y dice que se casa al alba. ¡Qué bárbaro tiempo el nuestro! ¡Qué crueldad de la Fortuna contigo!
Y mientras tanto, para la maga vengan el recuerdo de gloria y el laurel inmortal, que por eso es mejor haber estudiado literatura que ser podre de periodismo y nada.
El destino del periodista, tomado de este sitio.
Cabría destacar, porque veo que no se ha hecho, que esto está basado en una entrada satírica de una experiencia ajena. Pillo: pon atención a esas cosas, por favor.
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