Cultura de limpieza y cultura del perdón. Aproximaciones a una situación utópica

Con motivo de una lamentable situación ocurrida hace bien poco (puedes ver una nota de las consecuencias del hecho, así como el vídeo que desató una oleada de odio aquí), que el lector informado tendrá a bien recordar como el caso de la Lady Chiles, se suscitó en nuestra mesa una breve reflexión que, por lo menos en el momento de hablar, parecía venir muy a cuento. Tal como indica la nota del enlace que dejamos, parece muy necesario y justo que la patrona que humilló públicamente a su empleada le presente, asimismo, disculpas en público. El caso trasciende la simple y desenfadada travesura (que de haberlo sido, cabría destacar, nuestra hipocresía social nos habría llevado a laudarla como a una ingeniosa burla, fruto de un intelecto aguzado y luminoso) para inscribirse en el marco de la ofensa, la humillación y el empañamiento del buen nombre. En efecto, se trata de una demostración desmedida de poder tiránico sobre una desposeída, pero el caso es todavía más escabroso; se trata de una demostración filmada con la explícita intención de hacer público escarnio y procurar un mal prolongado a la persona escarnecida (me recuerda al aria de Don Basilio, «La calunnia e’ un venticello», ¿a vosotros no?). Es, en suma, el acto de ensuciar de manera deliberada un nombre limpio (decíase en otro tiempo: pobre pero honrado), una honra intacta y un oficio digno, por lo que la pública disculpa está muy en orden.
     Sin embargo, preocupan varios hechos alrededor de la disculpa pública; lo primero es que no existe una cultura de la limpieza en México. Cuando alguien comete o recibe la imputación de haber cometido un delito, automáticamente se convierte en delincuente para la memoria pública. La gente, en su mayoría, no espera a conocer la situación, la realidad o, cuando menos, los hechos llanos; el juicio público, por lo general, tiende a la condenación y escasos son los individuos que se muestran recelosos a tomar una decisión sin más fundamentos que la opinión misma. Lo siguiente es que, a pesar de existir una disculpa pública, el daño moral no puede resarcirse si en la mentalidad social no hay cabida para desaparecer el historial de la gente. Esto es dañino para ambas partes; la empleada doméstica tiene la desgracia de lidiar con más patrones que, de ser parecidos a la famosa Lady, le negarán la oportunidad de trabajar, o bien, le propondrán condiciones aún peores a las que ya tiene que acoplarse; por su parte, la patrona ha quedado como la gran villana, basta leer los comentarios a la nota para darse cuenta que abunda la palabra «mezquina», junto a otras de menor lustre, para calificar a la mujer. Incluso su bienestar individual está ahora en jaque (parece oportuno mencionar algo ajeno a la nota: según un amigo, han surgido foros en las redes para manifestarse y actuar en contra de esta persona, aparentemente datos como su nombre completo y su dirección han sido divulgados en dichos espacios, la situación podría tomar un cariz harto más delicado, a saber lo que puede pasar). Estamos acostumbrados a vivir en un entramado social fundamentado en el odio y el castigo, castigo que, dicho sea de paso, suele tomar la connotación de venganza.
     El resentimiento es grande en un país que ha vivido acostumbrándose a las injusticias (y aquí cabría hacer alguna suerte de revisionismo y preguntarse si, en efecto, la época precolombina fue mejor, considerando que la conquista la realizaron, en la práctica, los propios pueblos subyugados por el poderío mexica), pero lo preocupante es que hay cada vez más una necesidad por hacer que el resentimiento se convierte en justicia. Esto es, nuevamente, pernicioso para ambas partes. Como cabe imaginar (y de hecho, es posible revisarlo en los comentarios de la liga), hay partidarios de ambos bandos. Uno, en especial, se muestra inflexible ante lo que considera un robo y conmina a otros usuarios a opinar sobre su misma línea; pero existen también los que ofenden a la mentalidad mexicana por «solapar» a los ladrones. Desde una personal perspectiva, lo censurable es la mentira que dice la empleada (haberse comido dos chiles, cuando en realidad fue uno y guardó el otro), pero más allá de esta situación, que se arregla con una simple invitación a la sinceridad en ocasiones futuras, no existe ultraje contra los patrones. El alimento no debería ser un bien de consumo, sino un derecho para el género humano y aun las especies que con él conviven. Sin embargo, también para la que aquí nos parece la vera víctima existe una condenación implacable de parte de ciertos sectores que toman como suya la supuesta afrenta. De manera severa e implacable se exige una acción legal contra alguien que no ha cometido un crimen; una acción legal que sea, asimismo, severa e implacable.
     Como sea, el problema es que la jurisprudencia no se extiende más allá de las fronteras de sus propios procesos; corresponde a la población, el vulgo, la tarea de llevar a cabo una convivencia social fundamentada sobre dichas fronteras y a la luz de los límites que las mismas suponen. ¿Por qué, entonces, hay tantos problemas para que se concrete un acto de disculpa pública? Porque la opinión general vulgar se mantiene sobre el mismo conflicto, aunque éste haya tenido una resolución feliz y completa. Piénsese, por ejemplo, en otros casos más complejos y tremendamente escabrosos como la anulación de la sentencia dictada a Florence Cassez o la irresoluta situación de la Profesora Elba Esther Gordillo. Cuando se trata de enviar al paredón al villano del cuento, el pueblo no perdona, pero parece olvidarse que la villanía primordial es, precisamente, no perdonar. Sin una cultura efectiva de perdón, la limpieza de nombre es algo tan delicado como la honra del Siglo XVII. El imaginario popular no tiene problemas con esta trágica y tétrica realidad, incluso se suele decir «no te des a conocer», como advertencia a quien planea perpetrar un robo o un fraude de poca envergadura. ¿Es que acaso no hay un bien inmanente en la condición humana?
     Cabría ejercitar la memoria, con notorio afán historiográfico, para darse cuenta los grandes atropellos que una justicia incapaz de perdonar, incluso incapaz de misericordia, ha cometido en éste y tantos otros países. Sólo entonces, cabría también desmemoriarse, para que los crímenes, una vez pagada la deuda, fuesen asunto del pasado. Esto, por supuesto, supone una fuerte revisión de los mecanismos jurídicos para que no solamente existan prescripciones punitivas, sino expiatorias y restitutivas. El encarcelamiento en países como México es inefectivo, hace décadas ya se hablaba de las «universidades del crimen», es decir, las prisiones; la muerte, una eficaz forma de acabar con muchos elementos, sean peligrosos o no, sean dañinos o benéficos, tampoco parece aportar la solución definitiva, aunque quizá sí la menos costosa (como en todo, hay que pensar en términos neoliberales). ¿Qué queda? Insistir en una cultura de limpieza, restitución y perdón. El castigo a los asesinos no devuelve, por ejemplo, a los asesinados y definitivamente no resarce el daño ocasionado a las familias, ¿de qué manera puede existir limpieza y perdón ante semejante panorama? La respuesta es demasiado compleja como para reducirla a unas cuantas líneas, pero en términos generales involucra un cambio en el paradigma del pensamiento social. Un cambio de actitud ante la muerte, lo que necesariamente implica una modificación del modus vivendi y de la concepción de la vida como tal. Por supuesto, se trata de adaptar las fuentecillas de filosofía que existen por ahí a la vida, para que no quede en el ramplón ejercicio materialista de la lucha por sobrevivir en una jungla menos natural y más salvaje que las que imaginamos alguna vez localizadas en África. Del mismo modo, implica inculcar una cultura que no busque la agresión, sino siempre la mejor resolución para los conflictos en los diversos niveles que participan de los mismos: el individuo, la sociedad, la nación, el mundo. Implica abandonar el egoísmo y aprender a conocer al otro. Implica eliminar la palabra otro en pos del pronombre que se forma cuando se le añade el prefijo nos-.
     Quizá por las recientes afrentas clasistas perpetradas en México por diversos miembros acomodados de la sociedad, el vídeo sobre el que iniciamos a reflexionar despertó un celo casi animal en contra de la prepotencia, la tiranía y el abuso; no obstante, los bríos parecen insuficientes, la conciencia social todavía no llega, antes bien todo se resume a las acciones cotidianas: el mentar madres, escribir largos comentarios al pie de las notas periodísticas, quedarse en la inacción. El odio motiva al mexicano de nuestro tiempo (quizá siempre lo ha motivado, no parece el lugar prudente para analizarlo a la luz historiográfica), pero apenas ha saciado su necesidad de vomitar pestes y ha apaciguado su deseos de muerte, abandona toda empresa, deja desamparado al miserable y se recluye, nuevamente, a la covacha donde vuelve al letargo impasible de la nada, de la resignación, de la alegría de haber sacado los dientes sin propinar un solo mordisco. Y en el sueño de su vida, se contenta con imaginar los severos y ejemplares castigos que merecen el tirano, el regente corrupto o el aristócrata insolente, acariciando la esperanza secreta de llegar a ser, un día, uno de esos aborrecidos personajes. Pero no existen acciones que respalden un estamento justo dentro del cual vivir ni al que pueda adscribirse. Los activistas morales de nuestro tiempo, para colmo de males, piensan más en clausurar zoológicos y tiendas de animales antes que en auxiliar a los de su propia especie.
     Solamente hasta que el grado de madurez social sea el adecuado, lo cual necesita mucha educación y una buena dosis de criterio desarrollado, es que se podrá alcanzar el utópico constructo de una sociedad orientada al bien, la virtud, la comunidad y las instituciones justas. Entre tanto, la tarea es leer, reflexionar y actuar (me permito una dosis de prescripción y autoridad moral): siempre en ese orden. Si nos tocara ser los jueces en este entreverado caso, yo digo que la disculpa pública sea, pero también que el perdón se conceda a la empleada y a la patrona, y que de ahí en adelante prime en su relación la dignidad humana que a ambas reviste y el diálogo y no el escarnio sea el que conduzca a la resolución de sus conflictos venideros.
    Vale.
Chile en nogada, aludiendo al apodo de una de las protagonistas del conflicto tratado en esta entrada. Imagen obtenida de Chef Oropeza. Come rico y sano, aquí

1 comentario :

  1. Me asombra que ni un solo comentario se haya dado a esta entrada. Mucha gente debería leer esto, no importa si es por el caso de la famosa lady o por otro.

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