Ahora bien, la «noticia», por llamarla de alguna forma, es ya vieja, se remonta a esos lejanos y recónditos días de este año cuando la selección de futbol gringa (la RAE prescribe que debe ser fútbol, pero esa pronunciación no se estila en México y rara vez la he percibido en España misma, por lo que me atengo al uso y no a la norma, con todo lo mal que está semejante tendencia) todavía participaba en ese del averno invento que llamamos «Mundial» y que fuera mil y diez mil veces harto más noble y benéfico a nuestras vidas si se tratase de una guerra, como desgraciadamente no lo ha sido, sino de la más abyecta y execrable expresión de la barbarie humana que los sandios de nuestro tiempo han dado en catalogar como deporte. En fin, la opinión fue sana y castamente formulada de la manera que sigue (traduzco):
Ningún americano cuyo tatarabuelo haya nacido aquí está viendo el soccer.Los medios, portavoces de la demoníaca moral de nuestros días, como cabía esperar se arrojaron al frágil y albo cuello de Ann, aseverando que es tonta, bruta, intolerante (¡qué insulto, vive Dios! Como si ser tolerante fuera un logro digno de aplauso en esta adulterina época de perdición), xenófoba y demás retahíla de atributos presumiblemente indecorosos y carentes de lustre o de virtud. Y es sobre esa frase y sobre la importancia de desdeñar la otredad que estriba esta brillantez pillajística que la nunca como se debe alabada Ann ha dado a este mundo, absurdo y ciego voluntario, sin que un instante de reflexión haya suscitado (lo que no es novedad, si a la verdad somos fieles). El caso es que tiene razón. Si dejamos de lado el viejo debate de que América es todo un continente y no el más execrable de todos los territorios nacionales (no hay que olvidar que Ann, por genial que pueda llegar a ser, es gringa, o sea que está diseñada para valer verga por default, algo notoriamente manifiesto al referirse a su condenada patria de herejes y putófilos con el nombre deste viejo e hispano continente, pero ante prodigios como ella, peccata non referunt), caeremos en cuenta que algo que, en efecto, hace gringos a los gringos es que no saben de futbol, no les gusta y lo juegan acaso más truculenta aberrantemente que los holandeses (finalmente, padres también de esa despreciable raza anglófona). Lo que ellos conciben como futbol es una bárbara carrera por depositar un trozo de cerdo en el campo del contrario y lo que conciben como el rey de los deportes es la más aburrida de las formas de juegos de equipo que pueda haberse concebido, el malhadado béisbol. ¡Cuanto proviene de una mente gringa no es un sino un mamarracho abortado para irrisión de las culturas verdaderas! Si acaso algo hace de esa gente pérfida e innoble un objeto de veneración entre los frívolos y los truhanes es que saben subyugar a través de la mierda de Mammón. Un verdadero gringo no ve soccer, es decir, futbol; un verdadero gringo, cuyo tatarabuelo fue igualmente gringo se queda en su jardín a beber cerveza y maldecir a los negros, los judíos, los mexicanos, los putos, las mujeres y todo aquello que no forme parte de ese pequeño jardín y esa mala agua (porque tampoco buena cerveza tienen allá) que constituyen su cotidiana forma de vivir. ¿Por qué entonces hacer que quienes tenemos una cultura, aunque vilipendiada por la masa ingente que se dedica a ver futbol en lugar de leer a Cervantes, Zapata, Godínez, Alarcón, Moreto, González de Eslava, Calderón, Montalbán, Rojas, Zorrilla, Espronceda, Díaz del Castillo y tantos otros ingenios que nuestra lengua y sacra fe tuvieron a bien engendrarnos, queramos siquiera cargar con el estigma execrable de pertenecer al mundo del McDonald’s, Utah, Bush y Hollywood? Un verdadero americano, querida Ann, yo estoy contigo, no está viendo futbol, está llevando su existencia americana hasta las últimas consecuencias, así como tú, así como yo, así como quien tiene dos dedos de frente para tomar ese odio hacia la idiocia de la masa y restregársela en la cara, aderezada con sarcasmo para que le sepa aún más a mierda su realidad de incompetente aborto social.
No puedo respetarte, Ann, por muchas razones ajenas a tu brillante pensamiento, pero sí te puedo decir que es justo y verdadero lo que has dicho y yo, que por gracia de Dios no soy gringo, estoy muy de acuerdo contigo y más todavía, no vi el futbol ni ése ni los demás días, porque antes de repetir el error de la marejada de villana gente que vive según la corriente del uso y adora al cuerpo el satánica latría, me entrego primero a mis libros y a mis letras, y aunque en tu país sendos conceptos sean nulos, sé que un paródico equivalente hiciste y por eso, Ann, te bendigo y te considero con la dignidad prístina y erudita de un cuaderno de notas (nunca vas a llegar a libro, pero ser cuaderno de notas está muy bien, Ann, no vayas a desestimar honor tan grande). Te conmino, entonces, brillante luz para la confusa noche gringa, a que no abandones tus posturas y genio y que aún con más priesa intimes lo que los númenes te inspiran, que en imitación a la Sión de Isaías, tú sola en la confusión serás hermosa.
Vale.
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