Pillaje textual


Me estresa la gente que escribe mal. Y, porque extravagante parezca mi disgusto, no me refiero a esas cándidas almas que transgreden con todo propósito la norma ortográfica, tíííldááándóóó y triplicando cuantas vocales hay en la palabra o UuUUutiLIIIiZzzZzZaAndOooOOo múltiples mayúsculas y minúsculas para los más comunes vocablos. No, esos especímenes no me resultan en absoluto enfadosos, incluso me atrevo a decir que me hace gracia tan inconveniente y complicada manera de escribir, cuyo elevado grado de dificultad habría que reconocerles con más frecuencia y benevolencia, ya que hasta para el más culto es prácticamente imposible imitarles con exactitud de semejanza. La gente a la que me refiero es, desgraciadamente, la buena gente de a pie que, con el mínimo de cultura escritora, intenta componer algo que comunique con claridad sus ideas y falla miserablemente. Está claro que los primeros transgresores lo son por propia decisión, en un afán por demostrar que el texto limpio y llano no les satisface, esta notoria muestra de ingenuo desdén por la norma más que aversión debiera darnos risa y acaso inspirarnos piedad porque es la más elevada manifestación de la ignorancia, que a mi juicio poco a poco se ha transformado en arte; pero los segundos, los que transgreden sin intención de hacerlo y, peor aún, se adhieren a la opinión de que respetan con implacable fidelidad la norma ortográfica, son los que merecen no solo repudio sino también un severo y ejemplar correctivo. La razón es muy sencilla, los que creen que saben escribir correctamente, que no es lo mismo que escribir bien, asumen que las normas se limitan a un reducido compendio de prescripciones relativas al empleo de ciertos homófonos en peliagudas situaciones tales como diferenciar acervo de acerbo o vasto de basto, y que el resto del ejercicio intelectual es tan inherentemente humano que cualquiera pone en papel u ordenador aquello que quiere expresar con absoluta sencillez. Bajo esta bárbara visión de la más sublime de las potestades humanas, arremeten a componer parágrafos interminables sin puntos ni comas, sin tildes ni otra suerte de importantes elementos que moldean el texto y, con él, la forma de la idea que éste contiene. Escribir correctamente es también conocer cuándo lleva tilde una voz cuando estamos redactando una proposición que implica el énfasis interrogativo sin ser pregunta propiamente. De estas sutilezas pasan al uso olímpico estos ignorantes cuyo máximo pecado es ignorar que ignoran. No quiero entrar en la polémica del uso del punto y coma (;), que suelen esquivar cual si de proyectil se tratase, porque no lo comprenden ni creen que sea tan importante; menos aún pienso hablar de los signos de admiración e interrogación, que en nuestra lengua española utilizan aperturas y cierres. Lo que sí quiero apuntar es que abundan, tanto los que escriben disformes monstruosidades como los que escriben bajo normas que no tienen amparo en academia de la lengua alguna. Por supuesto que esta especie de malos redactores se acabaría si tuvieran a bien acercarse al diccionario y, exigiendo demasiado, a las gramáticas que por ahí andan aunque no sean del todo abundantes; sin embargo, ¿cómo hacer para que reconozcan que no saben ni jota y que, por consiguiente, necesitan la guía de los que sí saben?

No vienen a cuento en este comentario las personas que, capaces de escribir correcta y buenamente, cometen algún trabucamiento ora por descuido ora porque en ese momento no parecía inadecuado. Del error nadie se salva, pero de la soberbia cualquiera puede huir.

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